Artículo de opinión

Hacia los fines de la Educación

La experiencia que uno posee en la esfera del quehacer educativo puede ser calificada en términos cuantitativos o cualitativos dependiendo de la concepción global de quien hace la observación o la crítica. El hecho de que una persona cumpla veinticinco o treinta y cinco años de experiencia docente puede hacerla merecedora de muchos elogios, aun cuando pueda darse el caso de que esos veinticinco o treinta y cinco años los haya dedicado a ejercer la carrera con contenidos que hoy parecen desfasados, con métodos y materiales anticuados y sin revisar sus objetivos o fines educativos cada cierto tiempo. Todo esto, más que una anécdota, debe ser tomado como un problema y nos debe llevar a la reflexión.

Si nos preguntaran en este momento: “¿quiénes pertenecen a la esfera del quehacer educativo en tú país?”, podríamos dar tantas respuestas como tantas sean nuestras concepciones de Educación. Por ejemplo, podríamos responderles que están los directores y personal docente titulado o no titulado de un determinado centro educativo estatal o particular, profesional que dicta cátedra en universidades, técnicos de mando medio en institutos. Así mismo, y desde otra concepción, podríamos también incluir a los padres de familia, a los profesores de academias de preparación preuniversitaria, a los instructores de artes marciales, plásticas y culinarias, de deportes y arte dramático, etc. Una tercera perspectiva incluiría a “la calle” y a los medios de comunicación social como entes participantes del quehacer educativo. Con esto último, la pregunta se formularia ya no solo en términos de quién sino también en términos de qué. Hasta aquí podemos percatarnos de la reunión de tres perspectivas en un solo enfoque de educación: Educación como posesión de algo que se recibe de fuera y que produce en nosotros un efecto o un resultado.

Si alguien quisiera dar una respuesta más constructiva y completa a la persona que preguntó “¿quienes pertenecen a la esfera del quehacer educativo en tu país?” Le aconsejaríamos esclarecer “¿Qué es el quehacer educativo?”, o mejor aún: “¿Qué es la educación?”

Con estas palabras hemos querido introducirnos en el tema de los fines de la educación. Preocuparse por los fines de la educación lleva a más de una interpretación. Por ahora nos acercaremos a dos: una llevada por el enfoque utilitarista y materialista del mundo que lo quiere todo rápido, instantáneo, fácil, productivo y rentable. La otra, sin nombre, que espera muchas cosas de la educación pero que no sabe como ni donde comenzar. Tiene fe y paciencia, confía en la educación, presiente o intuye su naturaleza, pero no puede avanzar más.

Toda preocupación por los fines de la educación entraña una manifiesta o escondida necesidad de elaborar un plan o proyecto que nos conduzca a algo, desde un punto de partida a un punto de llegada. Cuando comentábamos que el segundo enfoque no podía avanzar más era porque las energías que posee no se habían canalizado en un plan o proyecto llevado a cabo progresivamente, un prodyceto realista, profundo y actualizado.

Todo proyecto educativo requiere en su estructura de soportes epistemológicos y de una teoría educativa que posea naturalmente un concepto de educación, visto no tanto como aseveración concluyente, sino como pauta orientadora. Proponemos este concepto: La educación es el ejercicio y la formación del hábito de descubrir, comunicar, crear, y producir realizaciones de valor. A este ultimo termino - “producir” – le otorgamos una connotación distinta: producir es medio y no fin. A propósito de esto, Carlos Marx decía que el homo faber, cuando no respondía a su naturaleza se enajenaba; es decir, volvía ajeno su YO. Creemos que el YO no son solo las manos del niño que siembra hortalizas en su medio natural, la capacidad intelectual del estudiante que elabora una monografía o la inspiración y la sensualidad de un artista o alfarero que modelan un jarrón. El YO es la habilidad manual, la capacidad intelectual, la inspiración y la sensualidad despiertas o dormidas en la persona del niño andino, del estudiante de la urbe, del artista y del alfarero, del infante, del niño, del adolescente, del joven, del hombre y de la mujer, del anciano o de la anciana: en fin, de todas aquellas personas que viven con nosotros, que viven educándose o dejando de hacerlo.

La educación en si misma no tiene límites, los límites los pone el ser humano que se encajona en esquemas mentales, que ve su educación privada de continuidad. Toda esa visión negativa tiene que ver mucho con la realidad (quizás a la mayoría de métodos y programas se les acuse de cierto “sectarismo”).

Los principios regidores que poseemos a la hora de establecer los fines de la educación no son ni la retórica demagógica ni la fantasía desequilibrada. Nuestros principios regidores son la vida y la libertad. En segundo lugar, no flotamos en una nube de gas. Lo que sucede es que nos encontramos mentalmente situados en una alentadora utopía que desde la práctica buscamos construir hoy. Este “hoy” se cifra en nuestro propio trabajo como futuros profesionales, en el ciclo y especialidad en que nos encontramos como también en la circunstancia enriquecedora de la practica profesional o del trabajo elegido propiamente dicho. Aun más, se cifra en nuestra vida personal, en nuestras decisiones de cada día, en la expresión de nuestros pensamientos y anhelos y en el esfuerzo por dar lo mejor de nosotros mismos al mundo.

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