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En estos últimos años, la obligatoriedad de ejecutar el plan lector ha acentuado más el interés de los docentes por encontrar metodologías que permitan una mayor y mejor comprensión de lo que sus alumnos leen. De hecho, ya comenzar el Plan Lector usando textos literarios es una señal de sano pero iluso optimismo, considerando que no a todos les gusta la literatura (en un grupo de 20 alumnos se suele conseguir un máximo de 8 adeptos) y generalmente sólo una fracción de esos ávidos lectores o entusiastas lectoras alcanza a trabajar en un nivel de abstracción suficiente para inferir metáforas o identificar técnicas narrativas.

Dejando esa discusión de lado, asumamos por un momento que la programación curricular ya se formuló y estamos en el periodo regular de clases. Será inevitable entonces que, eventualmente, surjan en los docentes de lengua y literatura algunas inquietudes propias de su especialidad. Por ejemplo: “¿Cómo acerco a los alumnos a este texto literario programado?”, “¿Cumplirán con entregarme la ficha de análisis que les dejé, con la biografía completa del autor, las partes de la obra, el perfil de cada personaje?”, “¿Harán el trabajo realmente ellos solos, sin ayuda, sin copiarse del compañero o compañera?”. Estas inquietudes son válidas en cuanto reflejan una sana intención de desempeñarse de la mejor manera como docentes y muestran el sincero deseo de alcanzar exitosos resultados en los educandos. No criticamos el hecho de que el alumno conozca las partes de la obra, las características de cada una y los rasgos literarios de los personajes (provenientes de su descripción física y psicológica).
El problema es que la mayoría de docentes no trasunta, no va más allá de este nivel de comprensión. Si comparamos el texto literario con el cuerpo humano, la tendencia sigue siendo el quedarse en la anatomía y casi mirar de reojo su fisiología, como quien cumple un mero requisito. Incluso, el curso de Literatura en secundaria debería llamarse “Historia de las corrientes literarias”, puesto que en las evaluaciones hay más interés en rescatar información de dichas corrientes que por indagar cómo afectó en el sentir del alumno el final de Edipo Rey de Sófocles (considerando que en la adolescencia se reactualizan los temas de la primera infancia) o como cambió, en una alumna, su manera de pensar sobre la belleza al leer el poema “Mientras por competir…” de Luis de Góngora y Argote. Se podría poner acaso más ejemplos, como la importancia de sentirse identificado con un personaje, ya sea con el adolescente que siente que debe probar su hombría en “Día domingo”, con la jovencita que se cansa de esperar a que el muchacho se le declare en “Los cachorros” o con la víctima del abuso o el maltrato en “La ciudad y los perros”, de Mario Vargas Llosa.

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Comentarios

Dave ha dicho que…
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